Nos encontramos de forma virtual con Ricardo Rozzi, director del Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC), profesor de la Universidad de Magallanes y North Texas University. Hablamos sobre la sociedad actual y sus crisis, en particular sobre habitar, cohabitar, cuidado, convivir, comunidades humanas y sobre los diálogos para el cambio.
Desde fines de los 2000 ha vivido en la Reserva de la Biosfera Cabo de Hornos. Como ecólogo y filósofo ha desarrollado una escuela de la ética ecológica y biocultural. Hoy parte de sus días transcurren en Cabo de Hornos, lugar al que le ha gustado definir como Cumbre Austral de América para el cambio Global y la Conservación Biocultural.
La entrevista ha sido dividida en dos partes para términos de lectura y difusión.
Ricardo te agradezco el tiempo, ¿podrías iniciar hablando sobre crisis ética y ética ecológica?
Lo primero es que la ética se dejó de enseñar como una prioridad a mediados del siglo XX, después de la segunda guerra mundial. Hoy, retomando la ética hay dos preguntas muy importantes que debiéramos abordar más allá de lo humano. ¿Son los humanos los únicos seres que debieran ser considerados moralmente? Y si no fuera así, ¿cuáles son los otros seres que debieran ser considerados moralmente? ¿Por qué? Para responder estas preguntas podemos traer a la mano escuelas éticas que existen. En términos sencillos la considerabilidad moral se refiere a todos los seres a los que no podemos tratar como un mero recurso que está a nuestra libre disposición. Eso está regulado dentro de una comunidad moral; por ejemplo, si yo trabajo en una empresa, no puedo tratar a mis compañeros de trabajo, a mis empleadas o a mis jefas de cualquier forma, no puedo tratarles mal, de manera abusiva; puedo hacerlo, pero no debo hacerlo. Entonces, lo primero es este concepto de considerabilidad moral, y el hecho de que no debamos abusar de los demás seres: no podemos tratarlos como nos plazca. En términos comparativos, podríamos decir que tengo ciertos deberes y consideraciones con los seres humanos, pero con un zorro, con una planta, debería ser lo mismo. Si los consideramos moralmente, podríamos decir que estos seres tienen derecho a vivir por el puro hecho de existir, como ocurre con la camada de un zorro o de un puma. Nosotros estamos más habituados a los gatitos domésticos, pero podemos observar que los pumas tienen una calidez en el cuidado de sus crías, tienen un sentimiento, tienen comportamientos de juego, de cuidado, incluso de empatía entre ellos. En los gatos domésticos podemos ver que cuando un ser humano al que quieren está enfermo lo lamen, lo cuidan. Este tipo de situaciones nos muestran el valor intrínseco de otros seres distintos a los humanos.
También podría haber otro tipo de valor: por ejemplo, nos conviene que haya pumas o zorros para que no estemos llenos de ratones o para que no tengamos al visón (una especie invasora que depreda distintas especies de pájaros nativos). Entonces, uno es el “valor intrínseco”, aquel que tienen todos los seres en sí mismos, independientemente de cualquier utilidad para el humano, y el otro es el “valor instrumental”, que implica un beneficio para los humanos. De esta forma, si vamos más allá del antropocentrismo, podríamos decir que el ser humano no es el único ser digno o merecedor de esta consideración ética.
Entonces, la primera pregunta sería: ¿quiénes formamos esta comunidad ética y moral? ¿A quiénes no podemos tratar como nos plazca? En estos momentos muchos seres humanos son tratados sin considerabilidad moral, por ejemplo, en la guerra atroz que hoy día se está viviendo en Gaza. La comunidad internacional está pidiendo un alto al fuego porque están muriendo muchas personas inocentes; ahí no se está tratando a las víctimas que están sufriendo este ataque como fines en sí mismos, no se les está tratando como miembros de la comunidad moral. Así como ocurre en Gaza, está ocurriendo lo mismo en muchas otras partes del mundo, en que se trata a seres humanos como si estuvieran fuera de la comunidad moral: muertos anónimos, maltratados anónimos. Así como muchos seres humanos son excluidos de la comunidad moral, también la gran mayoría de los animales son excluidos. Por ejemplo, nos compadecemos de un koala cuando hay un incendio en Australia, pero cuando se queman los bosques de eucaliptus no nos compadecemos de un ciempiés o de las miríadas de insectitos. Entonces, la pregunta es ¿quiénes formamos parte de esta comunidad moral?, ¿quiénes son?
En esa comunidad moral que explicas hay segregados como mencionas, ¿qué nos puedes comentar en relación a los valores que se imponen a nuestras sociedades?
Claro, no es un problema de la humanidad, sino de ciertos seres humanos, de ciertos grupos. En Occidente tenemos muchos antecedentes, pero tampoco es un problema de Occidente; lo que está ocurriendo en Gaza es un crimen, es decir es antiético, incluso ilegal si no se respetan los acuerdos, pero eso no significa que la humanidad toda sea un grupo criminal. Los acuerdos y protocolos de guerra señalan que debe evitarse el asesinato de personas inocentes; la guerra es entre las milicias, no con los niños, no con los ancianos, no el bombardeo a los hospitales que es lo que estamos viendo. Y pese a que ayer hubo un llamado de la ONU, el bombardeo sigue, es decir, no es la humanidad, es el Estado de Israel, y tampoco son los israelitas porque hay muchos que están en contra de esta guerra.
Entonces, un problema es no respetar las leyes, las regulaciones, y lo otro es no verlo como un “problema”. Es como lo que Schwenke y Nilo llamaba “el pata‘e vaca”: vas caminando, y ¡uuyy aplasté una chinita!, ¡uuuy aplasté un escarabajo! Los recursos naturales son considerados como si fueran un mero instrumento. Pero el problema ético no es sólo en relación con la naturaleza, sino también entre seres humanos. Por ejemplo, se usan tanto los términos “recursos naturales” como “recursos humanos”; ambos son reducidos a simples “medios” para obtener algo, y se les priva del valor esencial de su existencia; esto es, ser fines en sí mismos.
Las buenas noticias son que la mayoría de los seres humanos estamos en favor de una relación de respeto con la naturaleza y con otros seres humanos. El problema es que menos del 1% de la población mundial acumula el 50% de la riqueza del planeta y no solo concentra el poder económico sino también el poder bélico y el poder mediático. Esto atenta contra el valor de la existencia de la mayoría de los seres vivos, humanos y otros-que-humanos. Es realmente trágico lo que estamos viendo en estos momentos, con matanzas y atentados contra la vida de personas inocentes. Pero no es Occidente, no son los seres humanos, entonces ¿qué pasa? El problema es la “incapacidad de sanción”. Por ejemplo, se están revirtiendo sanciones contra la industria salmonera que infringió las reglas, lo que es inconcebible. Insisto en que puede haber una buena salmonicultura, porque el problema no es necesariamente esta industria; pero cuando se infringen las reglas debe haber sanción, eso es esencial cuando existe una conducta no ética, y más aún cuando no se respetan las normas legales.
Esta problemática ética se extiende más allá de lo humano, lo podemos ver con los grupos animalistas. El asunto se complejiza cuando consideramos, por ejemplo, que “los perros asilvestrados están causando un dolor en los guanacos, en el caso del sur de Chile”. Ya entrando más allá de lo humano, la primera escuela ética para definir quienes merecen consideración moral es el utilitarismo, que afirma que son todos aquellos seres que tienen la capacidad de sentir dolor o placer. Esta escuela utilitarista surgió a fines del siglo XVIII como reacción a las brutales vivisecciones, cuando se hacían cortes en perros vivos, que gritaban, aullaban. Sin embargo, quienes hacían las vivisecciones afirmaban que los perros no sienten dolor, son como máquinas con reacciones químicas (tal como suena una tetera cuando se hierve el agua y se afirma que el agua no siente dolor). Esta brutal afirmación tuvo que ser rebatida con sólida evidencia de que el dolor del perro era análogo al del ser humano. Posteriormente se sumó toda la evidencia con base científica de que las terminaciones nerviosas y los órganos de los perros y los seres humanos son muy parecidos porque ambos somos mamíferos. Ahí se comenzó a usar la anestesia tanto para los seres humanos, como también por parte de los veterinarios para tratamientos quirúrgicos de perros y otros animales. Fue así como Jeremy Bentham, en el siglo XVIII, fundó esta escuela ética utilitarista, según la cual merecen consideración moral aquellos que tienen la capacidad de sentir y sufrir dolor. Por lo tanto, si el sufrimiento es el criterio que importa, entonces muchos animales no humanos deben ser considerados; para quienes leen esta entrevista debe ser claro que es el caso de los perros y los gatos, pero en realidad es mucho más amplio que eso. Por ejemplo, hay pruebas recientes de que también un pulpo puede sentir placer o dolor, lo que puede observarse en una muy buena película (“Mi maestro el pulpo”). Además, la ciencia ha demostrado que muchos tipos de animal tienen la capacidad de sentir dolor, incluso un pez o un pájaro pueden sentir dolor. Ese es el criterio fundamental que sostiene la escuela ética utilitarista.
La segunda escuela ética proviene de la época de Kant, quien afirmó que el criterio para merecer considerabilidad moral no es la capacidad para sentir dolor o placer, sino que es la capacidad de tener racionalidad, es decir la capacidad de pensar. Entonces solo aquellos seres que son capaces de efectuar un razonamiento merecen una consideración moral. Esta escuela se llama deontológica que se rige por reglas (la palabra griega deontos significa regla). Por ejemplo, orientado por esta escuela surgió el Proyecto Gran Simio a finales de los 80’s y continúa hasta hoy, estudiando gorilas, chimpancés, orangutanes y otros simios, particularmente su capacidad de aprender, de razonar. Lo que ha ocurrido también con esta escuela, que pone no el criterio de sufrir sino el de razonar, es que se ha extendido a los delfines, a otros mamíferos e incluso se está extendiendo a las aves, y también, a propósito de los pulpos, a algunos moluscos que tienen la capacidad de resolver problemas.
Entonces hay dos escuelas éticas que definen una consideración moral. Una escuela la define para los seres vivos que razonan (los que piensan), y otra escuela define que merecen consideración ética quienes sienten dolor y placer. Estas son las dos escuelas tradicionales, una fundada por Kant y otra por Bentham. Por el lado mío he propuesto otro enfoque, el de la ética biocultural que demanda una consideración ética para todos los seres que compartimos un hábitat; es decir, para todos los cohabitantes.
Estando en el sur vemos como en otras latitudes, con otras concepciones el mundo, cómo las comunidades humanas han sido despojadas de sus propias comprensiones e interpretaciones del mundo.
Ahí hay varias cosas, estas dos escuelas no solo son europeas y del Norte Global, sino que han sido incluidas en regulaciones de varios países sobre el tratamiento animal en experimentos científicos, crianza doméstica y otros fines. Por lo tanto, uno estaría cometiendo no solo una trasgresión ética, sino que también una violación de una ley u otra regulación ambiental formulada en términos de la escuela utilitarista y/o deontológica. Lo segundo es, volviendo al ejemplo del horror de la guerra que se vive hoy en Gaza, es muy difícil saber lo que está ocurriendo en ese lugar. Uno ve que las noticias omiten gran parte de la información respecto a esta guerra. Además, los medios de prensa desatienden muchos de los conflictos que están teniendo lugar en diversas regiones de Europa, Asia, África y el mundo. En todos los continentes hay pueblos y culturas locales que están resistiendo en defensa de su territorio, pero conocemos muy poco acerca de estos movimientos que procuran la conservación de la cultura y la biodiversidad. Es falso que Europa tenga una identidad homogénea hacia una desconsideración ambiental y el bienestar de los diversos pueblos. En efecto, muchos de los europeos se opusieron al genocidio y al ecocidio durante la conquista de América impulsado por el reino de Castilla desde España. Hoy constatamos la existencia de múltiples movimientos de resistencia en Barcelona, en el norte de Italia, en Francia, que abogan por el bienestar de los animales y que frecuentemente están arraigados en una profunda empatía y comprensión del parentesco evolutivo del ser humanos con los animales. Esta visión proviene de los orígenes de la filosofía occidental; por ejemplo, somos agua como afirmó Tales de Mileto. Esta concepción coincide con la cosmovisión de los tukano, un pueblo originario amazónico y también con la cosmovisión de la ciencia contemporánea que ha demostrado que los cuerpos humanos y de otros seres vivos están compuestos principalmente por agua.
Constatamos que tanto en el Norte como en el Sur Global existe una gran diversidad de valores ambientales y además existen importantes convergencias en estos valores. Sin embargo, al igual que ocurre con la información acerca de la guerra, esta pluralidad de valores no se comunica apropiadamente. Esta situación no ha ocurrido por casualidad, sino que es consecuencia de un programa de desarrollo que se ha globalizado después de la segunda guerra mundial. En la década de los años 50 se suscribieron en Washington documentos con planes de desarrollo que minimizaron e incluso llegaron a prohibir la enseñanza de la ética. Esto se incorporó hasta tal punto en la cultura global que durante la segunda mitad del siglo XX era habitual escuchar “que la ética era fome, fuera de lugar”. En términos de una visión económica estrecha la ética no podía interferir o impedir la iniciativa de un emprendedor o aventurero; por ejemplo, si queremos andar sobre las dunas en cuatrimoto sería “muy fome” que alguien viniera a poner trabas éticas. Entonces era como si lo ético hubiera pasado de moda, fuera anticuado, una cosa del pasado. Así, si queremos construir edificios sobre las dunas no era tolerable que “los ambientalistas vinieran a impedir el progreso”. Hoy constatamos, sin embargo, que los edificios están cayéndose en las dunas y queda en evidencia la pertinencia de las críticas éticas a dichos proyectos.
En resumen, no es que en Occidente no existan valores ni escuelas éticas. En cambio, lo que ha ocurrido es que durante la segunda mitad del siglo XX se ha suprimido activamente su enseñanza. Estamos en una situación de damnatio memoriae; este es un dicho y una práctica romana que se aplicaba cuando se derrotaba a un enemigo. Con posterioridad a la conquista de un territorio, una ciudad, una cultura, se impedía la enseñanza de cualquier elemento que recordara al enemigo. Esta práctica se aplicó también durante la conquista española de América, cuando por ejemplo se construyeron iglesias o catedrales sobre edificaciones incas o aztecas, que fueron redescubiertas siglos más tarde por arqueólogos. De alguna manera; después de la segunda guerra mundial se aplicó la damnatio memoriae sobre la diversidad de valores de muchos pueblos y culturas locales que han quedado ignoradas y, en algunos casos, oprimidas por la globalización.
Este análisis crítico desde la perspectiva de mi propuesta de la ética biocultural cambia la comprensión política del problema actual. Este problema se genera no porque los seres humanos seamos por naturaleza egoístas, individualistas o “antropocéntricos”, sino porque ha habido amputación histórica de la ética y de los valores socioambientales de múltiples culturas. Es decir, en parte confrontamos hoy una crisis porque se ha prohibido la enseñanza de la ética y de valores tradicionales, como el cuidado, la solidaridad, la verdad, la mesura y la vida en comunidad como concepto de una vida buena. En el contexto de la segunda mitad del siglo XX, era como si nuestros abuelos no pudieran hablarnos del pasado. Estas cosas han ocurrido bajo una fe ciega en el progreso y regímenes autoritarios que han tomado el control de los medios de comunicación, provocando una concentración del poder y un régimen actual de plutocracia. Esto es, el gobierno está en manos de quienes tienen el poder económico. Este poder llega a anular o suprimir los poderes de la justicia, generando así una crisis social y ambiental. Bajo este esquema, hay que “echarle pa’ delante” porque hay una promesa, una fe ciega en el progreso económico y en el bienestar económico que conllevará. Cada vez cuesta más ver lo que está detrás de esta promesa. Sin embargo, hoy nos da esperanza constatar la creciente comprensión de lo unidimensional de este modelo que no es sustentable. Hoy renace la fuerza para recuperar los valores de múltiples tradiciones arraigadas en muchos pueblos.
La civilización occidental emergió con la conciencia de ser agua, aire, de ser fuego y de ser espíritu. Según Aristóteles ser espíritu es respirar y todos los seres vivos respiramos, por lo tanto, todos los seres vivos tenemos alma.
Esto me permite recordar qué es la ética ecológica, porque sí tenemos valores, y precisar que es mucha la gente que no quiere causar el dolor a los demás seres sintientes, a los demás seres pensantes, a los otros seres que forman parte del ecosistema, como las plantas, más allá de si sienten o no. En múltiples localidades constatamos que las señoras que tienen una huerta conversan con las plantas, las señoras que cultivan papas conversan con las plantas y al conversar con las plantas ellas dan mejores frutos, la alimentación de la familia es mejor, es decir, estamos creando un sistema de comunidad, el punto central, una comunidad que tiene seres humanos y seres que son otros-que-humanos; así vamos comprendiendo una escuela que llamamos ecocéntrica.
A partir de esta escuela ecocéntrica he ido trabajando desde los años 90 hacia una visión biocultural, que comprende que la diversidad biológica y cultural están entretejidas. Como decíamos antes: somos agua para Tales de Mileto y también para los tukano en la Amazonia. Por consiguiente, se respeta el río, se lo cuida como un ser con el que cohabitamos. Cohabitando con el río comemos y agradecemos a los peces. Se accede así a una sana alimentación, con bienestar para el río, los peces y los seres humanos. Esto también ha sido promovido por algunas órdenes del cristianismo. Por ejemplo, San Antonio de Padua, de la orden franciscana, “hablaba con los peces”, cohabitaba con los peces. Hoy el Papa Francisco está procurando recuperar este espíritu al asumir desde el Vaticano una opción por la defensa de la naturaleza y de los derechos de todos los seres humanos a una vida digna. Esto recupera el sentido de comunidad franciscana que integra a los humanos y a la naturaleza.
A esa comunidad la llamamos “comunidad de cohabitantes” desde la ética biocultural. No se trata solo de vivir bien, sino de convivir bien. No solo nos preocupamos por habitar bien, sino que en última instancia por cohabitar bien. Esta es la esencia de mi propuesta de la ética biocultural. El imperativo ético es que el hábitat debe ser compartido. No basta con saber que la vida es posible gracias a las algas y las plantas que nos regalan oxígeno, sino que es necesario también asumir el imperativo ético bajo el cual debemos cuidar las plantas y los hábitats. Ellos tienen un valor intrínseco, en sí mismos y por sí mismos. Además, desde un punto de vista instrumental no podemos existir sin las plantas y sin las algas, iríamos hacia una asfixia y a un cambio climático que nos llevaría a un suicidio. Para evitarlo, debemos considerar tanto el valor intrínseco como instrumental (o utilitario) de las plantas y de todos los organismos con los que compartimos el planeta.
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