En la Patagonia, Coyhaique aparece cada invierno en los rankings internacionales como una de las ciudades más contaminadas del mundo. ¿Cómo es posible que una ciudad rodeada de montañas, ríos y reservas naturales enfrente niveles de contaminación que superan hasta diez veces los límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS)? ¿Qué nos dice este caso sobre las dificultades de implementar una verdadera transición energética en las ciudades intermedias del sur de Chile?
Una crisis ambiental en curso
Durante el invierno de 2025, Coyhaique volvió a registrar episodios críticos de contaminación por material particulado fino (MP2,5), con índices que alcanzaron los 602 µg/m³ —más de 12 veces por sobre el umbral diario recomendado. ¿Puede considerarse aceptable este nivel de exposición en una ciudad que ya ha adoptado planes de descontaminación? ¿O estamos naturalizando una emergencia que debiera sacudirnos cada año?
Las medidas adoptadas, como el sistema de Gestión de Episodios Críticos (GEC), prohíben el uso de más de un calefactor a leña por vivienda y restringen actividades contaminantes durante ciertos días. Pero, ¿qué tan efectivas son estas restricciones en un contexto donde la leña sigue siendo la principal fuente de calefacción? ¿Se puede cambiar un sistema de consumo energético profundamente arraigado solo a punta de fiscalización?
¿Una transición en marcha?
El Plan de Descontaminación Atmosférica (PDA), vigente desde 2016, ha permitido avanzar en el recambio de calefactores: más de 10.000 estufas a pellet han sido instaladas, lo que representa un 66 % del total proyectado. ¿Es esto suficiente para hablar de una transición energética? ¿O estamos frente a una modernización tecnológica que no transforma el fondo del problema: la dependencia del fuego como fuente primaria de calor?
La actualización del PDA promete nuevos avances, pero ¿hasta qué punto estas políticas logran cambiar patrones culturales, económicos y territoriales más profundos? ¿Qué ocurre con las viviendas que no pueden acceder a sistemas más limpios por falta de recursos o por limitaciones técnicas? ¿Quién queda fuera de esta “transición”?
Condicionantes estructurales
Coyhaique no solo enfrenta un problema de combustión, sino también uno de diseño urbano y planificación energética. Su geografía de cuenca, las inversiones térmicas y el crecimiento demográfico sin soluciones habitacionales sostenibles han consolidado un escenario donde el aire no circula y la contaminación se acumula. ¿Cómo planificar ciudades para que respiren mejor? ¿Qué rol tiene el aislamiento térmico real de las viviendas? ¿Puede pensarse una solución sin tocar el modelo de urbanización y consumo energético vigente?
Se han propuesto “oxigenadores urbanos”, reforestación con especies nativas, y se ha intensificado la fiscalización. ¿Son estas respuestas suficientes o apenas paliativos frente a un sistema energético que no cambia? ¿Dónde está la energía limpia, accesible y justa para todos?
Preguntas sin respuesta
Coyhaique parece atrapada en una paradoja: avanza en sus políticas públicas, pero los episodios críticos persisten. Se habla de transición energética, pero la matriz residencial sigue siendo leña y más leña. Las cifras mejoran, pero el aire no. ¿Estamos midiendo los avances con los instrumentos adecuados? ¿Qué se entiende realmente por transición energética en territorios como este?
Y quizás la pregunta más incómoda: ¿es posible descarbonizar la calefacción sin desarraigar formas de vida profundamente ligadas a la madera, al calor del fuego, a lo que culturalmente se considera “hogar”?
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