En esta segunda parte (primera parte) de la conversación, Ricardo Rozzi, Director del Centro Internacional Cabo de Hornos (CHIC), profesor de la Universidad de Magallanes y North Texas University, nos conversa sobre su experiencia con las comunidades australes, el cohabitar, y los procesos biológicos y culturales que ocurren en el mundo.
Desde los 90’s ha vivido en la Reserva de la Biosfera Cabo de Hornos, como ecólogo y filósofo ha desarrollado una escuela de ética biocultural, hoy parte de sus días transcurren en Cabo de Hornos, lugar que ha definido como Cumbre Austral de América para el cambio Global y la Conservación Biocultural.
Y desde la experiencia que has desarrollado en la comunidad, en el descubrir, nombrar y promover ese cohabitar pareciera haber elemento relevante para el cambio ¿qué podrías decirnos de ese encontrar el cohabitar como experiencia para hacer frente a las reglas de los poderosos?
Bueno, lo primero es que constato muchas vertientes. Podemos ilustrar la vertiente ecocéntrica, que viene del norte global, con el concepto de que somos compañeros de viaje de otras criaturas en esta odisea de la evolución, esos son los términos de Aldo Leopold, esa es la evolución que nos dice “oiga si somos todos parientes, con los animales nos debemos un respeto”. Desde nuestro territorio austral, el pueblo originario Pewenche nos ofrece un paradigma alternativo. Esta cultura toma su nombre de un árbol, el pewen o araucaria, el cual nos regala los piñones y al comerlos somos materialmente el pewen. Los pewenes viven en grupo, en parches de bosquecito, en medio de la lava. En estos ecosistemas se establecen relaciones de cohabitación; la vida humana transcurre en interacciones con los árboles de pewen, los suelos volcánicos y otros co-habitantes. Los hábitos de vida, como la recolección del piñón, establecen un tipo de diálogo y relaciones de cuidado con las plantas.
En el sentido de la ética biocultural, cambiamos la pregunta central ¿cómo debemos vivir o habitar? por ¿cómo los seres humanos debemos cohabitar o convivir en el mundo? En el fondo todo el mundo, partiendo por nuestros cuerpos, debieran ser áreas protegidas, para que las cuidemos de no tener heridas, de no tener excesos, para vivir bien, para compartir. Este compartir incluye las relaciones que establecemos dentro de nuestros cuerpos con millones de bacterias que forman el microbioma interno e inciden en nuestra digestión, nuestro estado de ánimo y salud en general. También debemos cuidar las relaciones con la familia y la vecindad, que forman las unidades sociales más cercanas en nuestro co-habitar cotidiano, co-habitar en el que también participan habitualmente algunos gatos, algunos perros, plantas de jardín, aves de la ciudad o del campo, y constituyen nuestra comunidad biocultural. Al distinguir y valorar estas comunidades bioculturales, comprendemos que el país, y el mundo albergan diversos lenguajes humanos, diversas culturas y diversos seres vivos. Esto es una perspectiva biocultural, una manera de ver, pero ¿basta? De ninguna manera, lo que hay que lograr es que esta perspectiva se considere en las tomas de decisiones políticas. En el discurso muchos pareciera que estamos de acuerdo. De hecho, en el discurso programático del gobierno actual existía comuna preocupación por el medio ambiente, pero hoy vemos que esta preocupación se ha debilitado, al punto que algunos proyectos de desarrollo han sido aprobados sin someterse a las exigencias de la estructura jurídica que tenemos en el país.
Entonces, un primer nivel para el trabajo biocultural considera el discurso, la comprensión, recuperar el sentido de co-habitar en comunidades bioculturales. Con este sentido nos dan ganas de co-habitar, consientes de ser pariente de las araucarias, comer ricos piñones, preparar harina de piñón y compartir la recolección de estas semillas. Un segundo nivel requiere involucrarnos o participar en la toma de decisiones, en las políticas públicas, y también en la denuncia, es que Algunos movimientos de resistencia han optado por una revolución armada; pero, como opción personal creo firmemente en la vía pacífica, una vía gandhiana, una vía que no transa en valorar y respetar la vida en toda su diversidad. He conocido la vía pacífica en comunidades de base de la teología de la liberación, y que en personas como Berta Cáceres. Ella fue una lideresa del pueblo originario Lenca que habita en El Salvador, y defendió la conservación de los ríos considerando el bienestar de los seres humanos y de los ecosistemas. En marzo del año 2016, a todos nos impactó con profundo dolor cuando supimos que fue brutalmente asesinada en su propia casa. Berta fue crítica, pero siempre por la vía pacífica.
Como una justificación adicional de mi opción por la vía pacífica, me gustaría citar a una persona muy importante e influyente en Chile, el pedagogo brasilero Paulo Freire. Él propuso una pedagogía del oprimido, una educación de la liberación y advierte que “nunca podemos repetir el comportamiento del opresor”. Para mí hay un principio, el principio de la protesta pacífica gandhiana, porque si efectivamente llegáramos a repetir y oponernos con las mismas armas contra quien nos oprime, entonces estaríamos reproduciendo la misma conducta que criticamos en el opresor. Creo que la vida no se puede defender con la muerte. Estoy consciente que puede parecer utópico lo que estoy diciendo dadas las tremendas asimetrías de poder que estamos viviendo, pero la solución para mí de ningún modo puede ser la vía armada, sino que ayudemos a valorar, respetar y defender la vida de todos los seres humanos y de todos los seres vivos con quienes compartimos la biosfera.
Pareciera ser que habíamos llegado a un punto donde había una “integración” (coerción) por medio del control que ejercía Estados Unidos sobre su esfera de influencia, como podríamos revisar en la historia, los estados expansionistas avanzan y retroceden. Desde una experiencia tan apartada como la que vivimos en Cabo de Hornos, donde pequeñas comunidades humanas intentan hacer otra cosa, vivir de otra forma, toda esa experiencia ¿qué nos puede enseñar en una mirada de mediano plazo? A pequeña escala pareciera que sí tenemos voluntad, y usaré un término que has usado en otras entrevistas, si nos encontramos con ese “pulso vital” podemos mover la pelota, podemos mover las cosas. ¿Qué nos podrías decir?
La experiencia del sur ha sido hermosa porque nos muestra la importancia del diálogo, de las conversaciones. De hecho Tierra del Fuego parte en los fogones, en torno al fuego, al calor de la hoguera, que permite contar y compartir historias, conversar, y en las historias compartidas se van co-generando valores, modos de existir. Pero al mismo tiempo estamos muy conscientes de que el relato principal que uno lee en el diario regional de Magallanes —yo leía El Magallanes—; es que pareciera que hay que hacer la conectividad territorial lo más rápido posible, con el mismo modelo que ha afectado la diversidad de la vida y que en el largo plazo tiene consecuencias económicas negativas.
Doy un ejemplo: una persona que estimé mucho, trabajé con él, para mostrar que esto no tiene que ver con partidismos, es Antonio Horvath, en su momento senador electo por la región de Aysén. La gente lo quería mucho porque siempre estaba en terreno, pero tenía la convicción de la conectividad; finalmente se conectó bahía Exploradores a través de un camino y ahora cuando lo transitas, yendo hacia laguna San Rafael, ves derrames de aceite, tarros, etc., es decir, se ha depreciado la visita a laguna San Rafael, que antes era una joya en un lugar remoto.
Hay gente, para poner un caso regional, que quiere pavimentar Torres del Paine, para que los vehículos vayan más rápido; o sea que “no vean”, ¡si la naturaleza se ve lenta! Esto sería nuevamente depreciar aquello que tenemos; no me opongo al camino Yendegaia-Vicuña, pero si a echarle pa’ delante no más sin pensar la forma de hacerlo, repitiendo un modelo que termina por degradar a la diversidad biocultural. Porque esas comunidades que estás describiendo desaparecen rápidamente, y desaparecen porque los medios de comunicación, el discurso, los valores están en el celular y en las redes sociales que terminan imponiéndose sobre aquello que está en su entorno. Hoy el poder está concentrado en los satélites, que han proliferado sobre Magallanes y el mundo. Entonces, por muy remota que sea esta región, va a desaparecer como desapareció Rondonia en Brasil, cuando se construyó la carretera transamazónica, o como han desaparecido los entornos de Puerto Montt, que creció sin planificación territorial y las turberas y bosques aledaños parecen basureros. Debemos parar y preguntarnos: ¿queremos eso para esta región? Pero también tenemos que estar conscientes de no idealizar, porque las comunidades y las autoridades están bombardeadas de este discurso de progreso y conectividad, y frente a esa presión el método es intentar seguir dialogando. La dinámica debiera ser el construir juntos hacia futuros que sean justos y sostenibles, que no se trate de quien gana, sino conversar para que se respeten las regulaciones existentes y aquellas que se requieran para el futuro.
Dicho eso, ¡pucha que es hermosa la región! Mi señora, Francisca Massardo, y yo nos quedamos en Cabo de Hornos porque la sabiduría entregada por las abuelas que conocimos de la cultura Yagán se complementaba, se entretejía, con los saberes que habíamos escuchado de los pewenche y de otras tradiciones de pensamiento, y veíamos que estaban muy poco consideradas en la educación formal y no formal en Chile. Pudimos contribuir a que esta sabiduría se incorporara a la educación formal en el Liceo Mc Intyre, para que se iniciara la educación intercultural en un proceso que el profesor Luis Gómez, que es presidente de la Comunidad Yagán, está llevando a cabo en su forma, en su estilo. Pero tanto el profesor Luis Gómez como nosotros sabemos que es un desafío difícil por las asimetrías en la expansión de los discursos, pero aunque sea difícil vale mucho la pena. Concretamente, la señora Úrsula Calderón, la señora Cristina Calderón y muchos de los relatos etnográficos y de las prácticas actuales llevadas a cabo por las nietas o bisnietas de la señora Cristina nos reconectan con modos de co-habitar con las turberas, humedales y junquillares donde se recolectan juncos para la cestería y se reproducen aves como la porotera o becacina. Estas prácticas ancestrales están vivas. La comunidad yagán está viva, junto a otras comunidades tradicionales o históricas en Puerto Williams que están muy vivas, como la comunidad mapuche-williche. La idea es que los valores de estas comunidades puedan ir dialogando con otros valores de la sociedad contemporánea. Por ejemplo, con los valores del delegado presidencial en Punta Arenas o en Puerto Williams, y con aquellos de nuevos emprendedores y empresarios, para que podamos hacer una economía que conlleve bienestar para los seres humanos, las plantas, las aves y las comunidades bioculturales en su conjunto.
Nos gustaría hablar de la dimensión material de todo esto, el sostener los hogares, las vidas en un momento donde el régimen monetario aprieta a las comunidades. De esa experiencia ¿qué nos podrías decir para el buen vivir?
Con la Universidad de Magallanes abrimos una escuela técnica en Puerto Williams y una de las menciones que ofrece es guía de turismo especializado. Los estudiantes traen ya sus propios saberes y la Universidad ofrece conocimientos complementarios para que pueda desarrollarse un tipo de turismo que permita valorar y encontrarse respetuosamente con la diversidad de cohabitantes humanos y no-humanos, en sus propios hábitats con hábitos de vida singulares y sustentables, y así y compartir los hábitats remotos. Por ejemplo, qué experiencia más fantástica sería compartir un momento de pesca de centolla, tratando a la centolla lo mejor posible, con un pago justo por esa experiencia, apreciando un plato de centolla fresca, no en conserva. Así en el lugar se establece una economía circular que aporta al bienestar local y valora tanto la cultura como la biodiversidad, en este caso la pesca artesanal y la centolla. De esta forma no se necesitaría pescar tantas centollas para hacer la misma cantidad de dinero, porque cada centolla servida como parte de una experiencia va a valer lo mismo que 100 o 1000 centollas que actualmente se van a una conserva, que el pescador artesanal le entrega a un recolector que después se lo entrega a un mayorista. También está la experiencia hermosa en los humedales con el junco, con el junquillo en donde vive la becacina del sur, una becacina gigante, hermosa, que está en Cabo de Hornos. Podemos apreciar las aves, y junto con apreciar la sabiduría de la cestería, practicada hoy por quienes son bisnietas de la señora Cristina y otras abuelas de la comunidad yagán. Así también se comprende la importancia de la conservación de los humedales, como por ejemplo, el humedal Huairavo que es el primer humedal urbano creado en la comuna Cabo de Hornos, en marzo del 2024.
Estamos dando pasos que tenemos que celebrar. Y estos pasos muestran que la conservación puede y debe ir de la mano con la economía local. No se puede cuidar la naturaleza si no tenemos los medios que permitan la subsistencia y generar las condiciones de un buen vivir entre todos.
Ya para ir cerrando esta entrevista, unas palabras, una reflexión para esas personas jóvenes que están interesadas en la ecología, en la naturaleza, en el medio ambiente y que ya les ha tocado ver cambios, y les toca vivir en esto que ya es maravilloso.
Les digo, les pido, los llamó con la noción de complementarnos, de complementariedad, a subir un cerro, a disfrutar, pero también a conectarse con los saberes de la experiencia. Por ejemplo, relacionémonos con los pescadores artesanales, aprendamos con ellos a hacer las lanchas, conozcamos las artes de pesca; hay que ponerle valor, involucremonos. Los movimientos jóvenes, comunitarios, creo que tienen mucho por hacer, ustedes la llevan; dependemos de ustedes, no solo porque a ustedes les va a tocar este mundo, sino porque el conocimiento y los avances van tan rápido que saben cosas que nuestra generación no sabe. Creo que es momento de superar las barreras de que el conocimiento está solo en la Universidad, no es una Universidad sino una Pluriversidad. El rol de la academia hoy es facilitar el intercambio de conocimiento y compartir habilidades. En la región de Magallanes y en todo el país tenemos esta posibilidad con comunidades de pescadores, de recolectores, comunidades agrícolas, comunidades de mujeres que tienen unas huertas maravillosas, de semillas, de papas y en el norte del país encontramos actividades estacionales tan significativas como la esquila y el floreo de las alpacas y las llamas. Entonces creo que en Chile tenemos una posibilidad floreciente para la conservación biocultural que emerge desde sus diversas comunidades, culturas y ecosistemas tan heterogéneos como el altiplano, el desierto de Atacama y los archipiélagos subantárticos del Cabo de Hornos.
Y lo que les pediría es que se den un momento de dejar el celular, para mirar a los guanacos cara a cara, o buscar a un puma. Si se explora guiado por las personas correctas, podremos mirar al puma a los ojos, y entonces el puma nos va a respetar. Esta experiencia no es trivial, es transformadora y hay que hacerla bien y con cuidado, si no el puma nos puede atacar o nosotros vamos a tomar la medida de disparar contra el puma. Hay personas que están preparadas para guiar este tipo de experiencias, que nos remecen. Así la invitación es a compensar el estar permanentemente inmersos en las redes sociales y volver a mirarnos cara a cara entre los humanos y otros seres vivos. En este mirarse cara a cara, como con una persona amada, uno a veces tiene miedo, tiene emoción, pero si se hace en grupo, estas experiencias conllevan un bienestar para el conjunto de la comunidad biocultural. La conservación es como el fútbol: se realiza en equipo y cada jugador tiene su papel. Con este sentido de equipo y de comunidad biocultural el resultado será probablemente una “goleada 5-0” en favor de las maravillas que tenemos en Magallanes.